lunes, 8 de julio de 2013

Estando sin estar

En los albores de la mañana desperté. Todo estaba oscuro, solo sabía lo que allí había porque podía tocarlo con los fríos y ásperos dedos de mi mano. Abrí de par en par las ventanas y sentí como una suave brisa de primavera acariciaba mi cara, como recorría suavemente mis pestañas o como mecía mi atolondrado y dulce cabello. Me dispuse a mirar aquel paisaje que ante mis ojos se mostraba.

Los jazmines lucían más bellos que nunca. Allá a lo lejos se podía divisar a una familia paseando alegremente por el parque mientras que el más pequeño de los hijos no dejaba de mirar embelesado como los peces y el agua se volvían solo uno. Mientras tanto en el banco situado justo detrás de él, un jovencísimo y apuesto chico -corta melena, ojos verdosos y rasgados, y un elegante sombrero negro- trazaba con su lápiz unas líneas que perfilaban la cara de aquel niño mientras este seguía intentando asimilar la belleza de todo aquello que sus ojos estaban contemplando atónitos. De forma inesperada la mirada de aquel pequeño se dirigió hacia mi ventana. Sonreí y me sonrió fugazmente, mientras me iba retirando lentamente de la ventana, y él volvía a acariciar la mano de su madre.
Retiré el sillón del lado del armario y lo situé justo delante de la ventana. Sentada divisaba una perspectiva totalmente distinta a la anterior. Pero era tan valiosa como aquella. Cielo azul inmenso, las copas de los pinos y unos cuantos pajarillos revoloteando las hojas. Extendí mi mano y abrí el cajón de la mesita que quedaba justo a la izquierda de la cama. Revolví todo su interior y lo saqué. Cuaderno y pluma en mano. Todo lo que necesitaba en esa mañana de domingo primaveral. Inspiración. Sí, inspiración, cuaderno y pluma. Lo tenía todo. Me evadí del mundo y comencé…
“Todas las noches me imagino que estás ahí, en la otra mitad de cama que sobra. Me duermo creyendo que de un momento a otro tus brazos me rodearán, que cuando despierte de madrugada me giraré y podré encontrar en ti el calor que no me dan las sábanas. Soñar. Sueño. Sueño que sí, que estás, que no son invenciones propias de mi cabeza, que no son solo eso, sueños.
Recuerdo como la tarde anterior pasamos horas y horas sentadas en un banco mirando la gente caminar. Niños correteando, un joven arrancando una bella flor para regalársela a su novia que lo miraba de forma especial. Algo parecido a como tú me miras. Todo eso pasaba ante nuestros ojos como si de una película se tratase, mientras tú sujetabas fuertemente mi mano y me contabas a lo que habías dedicado el día. Nos despedimos. Después te volvería a ver. Formarías parte de mí aquella noche…
El cantar de los pájaros me despierta. Extiendo mi brazo buscándote, intentando buscar tu pelo, tu cuello, tus manos, algo que me diga que estás ahí, que eres tú. Pero solo encuentro un vacío inmenso. Y sábanas, sábanas enrolladas y arrugadas que no han encontrado un cuerpo al que cubrir durante la noche. ¿Dónde estás? ¿Acaso te has despertado y has querido dejarme descansar? Intento buscarte. No estás. No estás porque nunca has estado. Todo han sido sueños. Durante la noche ellos han recreado todo lo irreal, todo aquello que nunca llegará a pasar. Pero pienso ¿Alguna vez estarás? Si no estás no es porque no quiera o porque no intente cada día que tus ojos se crucen con los míos. Despierto pensando y dedicándome a ti. Pero tú no lo ves. Tal vez en eso consista el amor, en hacer y deshacer continuamente aunque tengas la certeza de que nunca será para ti”
Alguien se fue. La inspiración. Y con ella cierro mi cuaderno y pluma. La brisa primaveral comienza a hacerme tiritar. Cierro la ventana, y con ella, esta pequeña historia.

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